lunes, 7 de junio de 2010

prosaico

a veces, vivir en un pueblo, resulta un poco prosaico, quelevamosahacer.
pero, uno, tiene aquí algunos seres queridos, algunos buenos amigos,
y se planta, y aguanta (carros y carretas), y vaviviendo.
hay días más tristes, otros más alegres.
algunos proponen la famosa burbuja (consiste en crearte una burbuja, aunque te hablen no escuchas, no miras, no hablas)
yo propongo las miradas, o amigas (bien, estoy contigo, todo tranquilo) o no amigas ( no quiero que me invadas: el espacio, el balance, cualquier cosa).
bueno, es un rollo.
prefiero la poesía.

2 comentarios:

  1. A veces, vivir en una ciudad de extrarradio resulta poético. Llegas por la red de Cercanías en el último tren, el de los rezagados, el tren escoba de los que hemos ido a la metrópolis a un concierto en mitad de la semana. El de los que tienen el turno de trabajo que acaba justo cuando aún no es necesario coger la línea 5 e ir a Aluche para tomar el búho. Sales de la estación y corre el aire, y ondea ligeramente la falda del vestido, bandera de las piernas. Y en lugar de cruzar a toda prisa, o de escuchar con taquicardia el paso rápido de algún desconocido detrás de ti, relajas el ritmo y caminas a lo largo del muro que te protege de la vía del tren, que es una tentación como un viaducto. El muro está sembrado, en lo alto, de jazmines. A veces, los jazmines están abiertos, como ahora. Cuando no vuelves acompañada, cuando los jazmines no te invitan a besos ni a caricias el aire, deliciosamente respirable es un placer solitario.

    Algunas noches de jazmines abiertos, el cielo es claro y hay luna. Sólo en esas noches es mejor no mirar a la derecha al salir de la estación. Es mejor cruzar el paso de peatones a la carrera y marchar al compás que se usa cuando ir a pie es sólo un medio de transporte. Y andar al amparo de la prosa del depósito municipal de vehículos y del ayuntamiento con su hormigón armado y sus vigas amarillas. Porque el otro camino, el perfumado, que desemboca sobre el túnel bajo la vía, que acaba en la ermita graffiteada de otro tiempo, donde empieza el pequeño comercio con raíces en todos los puntos del globo, se hace insoportable, francamente.

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  2. A veces vivir en mitad de una ciudad de más de un millón de habitantes resulta terrible. Te pasas veinticuatro horas buscando un minuto de silencio, para escucharte el corazón y comprobar que sigue latiendo al ritmo aconsejable, porque hay veces que late rapidísimo, sobre todo cuando alguna mujer grita a las tres de la madrugada porque algún desgraciado la persigue, y viene la policía, demasiado tarde, haciendo mucho ruido. Ella ya huyó por el callejón de enfrente y tú te quedas helada con la mitad del cuerpo colgando, y buscas con tus ojos la sombra de esa mujer que quizás se haya escondido a tiempo, o no, nunca lo sabrás, porque nadie hablará de ella al día siguiente.

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